La economía de mercado productivista es el modelo del capitalismo contemporáneo. Fondomonetarista. Globalizante. Propiciadora de la gobernabilidad originada como una acción política supresora del denominado “exceso de democracia”. Este modelo exige debilitar o eliminar a las organizaciones sociales, principalmente sindicatos y cooperativas. ¿Por qué? Porque se oponen al hegemonismo político, la exclusión social y la homogeneización cultural.
El nacimiento de las cooperativas fue casi en silencio. Pero se multiplicaron prontamente, primero en las ciudades, después en el agro. Se diseminaron en Europa, Norteamérica, Japón y Latinoamérica. Adquirieron importancia en la producción, distribución y consumo; luego en la banca, el seguro y en otros servicios desterrados por las empresas lucrativas por carecer de rentabilidad. En estos tiempos no hay secretos para las cooperativas, ni de tecnología más avanzada, ni en el rincón más remoto. El desarrollo participativo encuentra en las cooperativas su instrumento más eficiente.
Nunca como ahora es verdad la célebre frase: “Donde hay una necesidad, nada mejor que una cooperativa”. El cooperativismo tiene todas las respuestas: Los tipos, las clases, las formas de cooperativas se van innovando y anticipando. Ante el acelerado progreso tecnológico se adaptan de inmediato, modernizan sus procesos, diversifican sus actividades, potencian su capacidad competitiva en la economía mundializada. Entran en el “cluster” o coopetencia, es decir, compiten cooperando. Se insertan activamente en la sociedad de información.
Hoy, la función social del cooperativismo es indiscutible. Incluso la OIT sacude su indiferencia e informa que las cooperativas, en Sahel-Africa, “han dado los mayores frutos en cuanto a generación de empleo y de ingresos, al igual que en Níger, centradas en el desarrollo económico local y en la seguridad de producción de alimentos”. A propósito, las cooperativas dan trabajo a cien millones de hombres y mujeres no socios, mientras que las transnacionales solamente a 86 millones. ¿Y?
Veintiocho trabajadores textiles fueron los primeros. Los que se anticiparon. Los que tomaron a la cooperación como palanca de Arquímedes. Quizás ellos no lo notaron pero, movieron el mundo el 21 de diciembre de 1844. Fundaron en Londres la «Sociedad de los Justos Pioneros de Rochdale», el punto de inflexión hacia la solidaridad correctora como alternativa del individualismo expoliador. Era el desquite de los trabajadores.
Los continuadores de la idea rochdaliana al presente superan los 800 millones de socios. Y los países de mayor número de cooperativistas son (en millones): China (160), U.S.A. (156), India (183), Alemania (22); en Sudamérica (11): Colombia (5) y Brasil (4). En tal caso, ¿qué significan las cooperativas en las economías nacionales? Para contestar, valgan algunas referencias a vuela pluma. Muy cerca, en Bolivia, un cuarto del ahorro nacional es administrado por la cooperativa de ahorro y crédito «Jesús Nazareno».
Algo más allá, un tercio de la población argentina es cooperativista; es la que mejor resiste dignamente la crisis económica.
Mirando hacia el norte, una cooperativa, «Saludcoop», ofrece servicios de salud al 25% de los colombianos (consultas, diagnósticos, tratamientos, cirugía, prevención), es considerada una de las 20 empresas más grandes de Colombia y la segunda en generar empleo. Más al norte, en los Estados Unidos, las cien cooperativas TOP suman ingresos que superan los cuatro billones de dólares. En el segundo país más extenso del planeta, Canadá, de cada diez personas cuatro están asociadas al movimiento cooperativo, que se responsabiliza por el 40% del crédito en efectivo, entre otras operaciones.
Saltando el Atlántico. En Finlandia (primer país de tecnología de punta) el 74% de la industria cárnica tiene el sello de las cooperativas de Pellervo, además del 96% de los productos lácteos y la mitad de la producción avícola. Las cooperativas finesas manejan el 34% de los depósitos bancarios; la educación en Finlandia está cooperativizada, por ello es una de las más avanzadas del orbe. En el país de los fiordos, Noruega, cuasi toda la producción láctica lleva la marca de cooperativas (99%), lo mismo que el 74% de la madera. Para los incrédulos, la tercera parte de la población noruega es cooperativista.
Es posible mencionar otras experiencias, tantas que llenarían este periódico. Verbigracia, en Chipre un tercio del producto bruto se debe a las cooperativas, estas agilizan el 30% del mercado financiero. Las cooperativas de consumo de Kuwait le dan fluidez al 80% del comercio minorista. ¿Otros sectores? Claro, más de dos tercios de la industria pesquera coreana es cooperativa (70%). El modo de vida de 20 millones de kenianos depende de la experiencia cooperativa.
Cada vez se organizan nuevas formas de cooperativas, desde las que proporcionan servicios de Internet, comercio electrónico, hasta las que mantienen estaciones de radio y televisión por cable. Entonces, ¿agoniza el cooperativismo? Tal vez para la ignorancia supina de cierta subclase política. Así es.
Lima, octubre 2003