Tiempos difíciles. Imposibles. La vida es sólo un rumor. Nadie vive. Se muere con jornadas de 16 horas. Se trabaja, pero los hombres ganan mendrugos. Las mujeres y los niños ganan menos. No hay ancianos. La revolución industrial gira riqueza hacia los patrones; a los trabajadores, pobreza. Inglaterra, Lancashire, Rochdale, años cuarenta del s. XIX. ¡Década hambrienta! Maldice la historia del proletariado.

Cierran los talleres. Centenares de tejedores son expulsados de las manufacturas. Desocupación. Hambre. Indigencia, pese a la prosperidad de la textilería. Cinco de seis familias duermen sobre paja sin frazadas, denuncia el concejal Sharman Crawford en la Cámara de los Comunes en 1841. ¿El agro produce? Por supuesto, más los trabajadores no están en condiciones de comprar alimentos ni vestidos, porque los salarios bajan, nunca suben. Vida trágica. Sobrevivir es heroicidad. Fábrica, máquina, tecnología, productividad, todo se usa contra la mano de obra.
En ambientes sofocantes, con temperaturas de más o menos 28º C, los niños trabajan hasta 16 horas diarias. Entran en las fábricas a las 5:00 de la mañana. El que llega tarde es castigado con una barra de hierro, no pueden sentarse ni descansar. Comen mientras trabajan. Aspiran desechos cuando limpian las máquinas. Se llenan de basura. El hambre se les desvanece. Peor, en verano las jornadas se prolongan. Situación terrorífica, pero si un niño abandona la tarea, sus padres son excluidos de los programas de ayuda alimenticia.

Richard Pilling, acusado de liderar la gran huelga de 1842, declara ante el jurado de Lancaster el siguiente epítome: He trabajado como tejedor, desde los 10 años, por salarios mínimos que se han reducido en cada ocasión. Ahora con lo que gano es imposible mantener a mi esposa y a mis tres hijos. Pues entonces me opongo y me opondré a una nueva reducción salarial del 25%. La represalia de los patrones ha sido inmediata. Ni a mí ni a mis hijos nos dan trabajo. ¿Se imaginan qué comemos?, apenas papas con sal. Otras familias comen lágrimas. Mi hijo de 16 años enfermó y murió de hambre. Los pobres desconocemos la asistencia médica. ¡Hoy me acusan de organizar la huelga!
Y me procesan por utilizar lo único que tenemos los trabajadores para reclamar. Nadie entiende que la huelga es una explosión de la miseria, es una rebelión contra la explotación. Porque les pagan menos, muchas empresas emplean solamente mujeres como obreras. Los capataces, los inspectores, los mismos patrones, se toman con ellas libertades escandalosas. Luego los hombres trabajamos muy duro para evitar dichos abusos, pero cuanto más nos esforzamos más pobres somos. A los 40 años parecemos individuos de 60, totalmente agotados.
Richard Pilling fue absuelto. Y se le recuerda como héroe sindical. Exenta de fábulas, su declaración es historia que se repite desdichadamente en nuestro tiempo. Es la política fondomonetarista de la vuelta atrás o rollback. “El pasado no muere, vive en el presente no sólo como recuerdo, sino como parte integrante de nuestra realidad”, opina el filósofo español Xavier Zubirí. (Verdad, igual que ayer vuelven las jornadas extenuantes, los salarios míseros, la subvaluación femenina, los niños obreros; amén de los agravantes: inestabilidad laboral y precios predatorios. Abatimiento. Estado que afecta el cuerpo y el alma.)
¿Qué hacer en este entorno? Adolfo Boyer, tipógrafo de mente clara, afirma: “Somos nosotros, los trabajadores, los que debemos desgarrar el velo que cubre nuestra miseria”. ¡Aumento salarial o huelga! Y también reuniones a fin de examinar otras soluciones. Dejar de beber alcohol para ahorrar, predican los abstemios. Otros quieren la expatriación, emigrar a las colonias inglesas. Los del movimiento cartista, en una asamblea decisiva, plantean organizarse y luchar hasta arrancar del parlamento la Carta del Pueblo.
Un cuarto grupo (seguidores de Robert Owen y William King) propone crear un almacén cooperativo de consumo, con miras a mitigar primero el hambre. Esta idea, sostenida ex cáthedra por James Daly, Charles Howarth, James Smithies, Jhon Hill y John Bent, convence a los otros 23 asambleístas y fundan la “Sociedad de los Justos Pioneros de Rochdale”, con un nanocapital de 28 libras esterlinas
El estatuto es redactado por Charles Howarth y certificado por John Tidd Pratt, el 24 de octubre de 1844. Fecha de confirmación cooperativista en el inicuo entorno rochdaliano. Así es.
Lima, mayo del 2005