En el mercado financiero el multiplicador bancario es una maravilla que convierte un millón de intis ahorrados en cinco millones, cuando el encaje, por ejemplo, es del veinte por ciento; dicho monto se distribuye destinando un millón de intis a reservas y cuatro millones (generados por el multiplicador) a préstamos.

Entonces la banca no presta el capital del banco ni el ahorro de sus propietarios; presta dinero “fabricado” en el mercado financiero mediante el principio de “Expansión acumulativa de los depósitos”. Esto es, dinero del sistema. Pero la amortización de los cuatro millones, más los intereses, es ganancia que favorece solamente a los propietarios de la banca. Ese es el negocio defendido por los banqueros más allá de sus consecuencias sociales.
En razón de ello, el banquero se ha convertido en el supremo de la economía. Él decide qué, cuánto, cómo y para quién producir, vía financiamiento; decide, cuál actividad debe prosperar y cuál medrar o desaparecer, de acuerdo a sus particulares intereses.
Esa prerrogativa es rechazada por el cooperativismo financiero.
Efectivamente, las cooperativas de crédito, y los bancos cooperativos, le brindan al ahorrista la oportunidad de administrar sus propios ahorros con el objeto de satisfacer sus necesidades personales. El socio de la cooperativa es el origen y destino del ahorro. El origen es el sacrificio y la privación de los socios en el presente. El destino es su bienestar en el futuro, traducido en un mejor consumo o una mayor producción.
Los cooperativistas no prestan dinero ajeno; ellos se facilitan, unos a otros, fondos propios en función de sus apremios. En tanto esas operaciones no son negocios con terceros, los gobiernos populares los eximen de impuestos, u otras cargas, en acto de justicia.
El crédito cooperativo emerge para atender las necesidades financieras de grandes sectores subestimados por la banca capitalista. Esta nunca establece sucursales, ni concede préstamos, si la rentabilidad es mínima o nula. En cambio, allí donde el capitalismo muestra indiferencia, la cooperativa es una realidad alentadora del progreso merced a objetivos incompatibles con el lucro.
El financiamiento cooperativo moviliza el ahorro hacia el desarrollo agropecuario, el crecimiento industrial y el mejoramiento de los servicios, fundado en el principio de retroalimentación de la renta. Es decir, el cooperativismo evita la emigración de capitales
propiciando inversiones en el entorno originario del ahorro. De ese modo impide la pauperización de las regiones desfavorecidas.
Por otro lado, la banca lucrativa cobra intereses adelantados, lo cual es una manera de acrecentar la tasa de interés real, o sea, el costo del préstamo. En realidad, el “interés adelantado” es una vulgar operación que incrementa las ganancias del prestamista. Si debe transcurrir el tiempo para la acumulación de intereses, ¿por qué pagarlos antes de recibir el préstamo?
Pero la multiplicación de los intereses sobrepasa los límites del abuso cuando el banco, o financiera, aplica en los cálculos fórmulas irracionales como la conocida: “uno menos i, todo potencia n”, verbigracia. Este tipo de fórmulas reduce las cantidades en efectivo recibidas por el deudor, aumentando, por lo mismo, el costo de los préstamos y, claro está, las ganancias del acreedor.
Ninguna de esas artimañas usureras guarda sentido en el cooperativismo, por sus fines opuestos al lucro. Además, existe un mandamiento que los cooperativistas saben honrar: “Interés limitado al capital”. Este precepto se refiere a la tasa de interés sobre las aportaciones que no es obligación, por si alguno lo ha olvidado.
Sin embargo, ciertas cooperativas financieras operan al igual que cualquier fuente lucrativa. Pues bien, esas cooperativas constituyen un cooperativismo estacionario, mimetizado en el aparato productivo. Por el contrario, el cooperativismo revolucionario se distingue porque busca fórmulas, elige alternativas y aplica soluciones que cada vez lo alejan del modo capitalista. Y así coadyuvan a la reorganización de la economía. Así es.
Lima, julio 1989