
Tarde o temprano, el mundo será cooperativo. Nuestro país también. Ya lo hemos demostrado antes y durante los incas. El “ayllu”, como unidad social, era cooperación. Lo mismo las prácticas de trabajo agrícola “ayne” y “minka”. Y en los últimos tiempos, hasta 1992, instalamos 4,587 cooperativas. Después cayó la noche. No importa, un nuevo día vendrá a continuación. ¿Por qué? Porque el cooperativismo es el único sistema fecundo, igualitario y democrático. Facilita crecer económicamente esmerilando desigualdades sociales.
El cooperativismo fecunda la tierra. Siembra donde la rentabilidad no atrae la inversión lucrativa. Produce en los suelos de difícil laboreo. Eriales o desiertos. Cultiva, abona, riega, es decir, fecundiza. Cría de la nada ¿Milagro? No, trabajo, mucho trabajo como en los kibutzim o moshavim judíos. Las cooperativas agrarias afrontan la desertificación en Europa, Asia, África. Por el contrario, el individualismo degrada el planeta por el afán de lucro. Esto no se dijo en el último foro ecológico de Viena, tampoco lo declarará el próximo conversatorio político en Praga, respecto a la protección del agua. El lucro es el padre de todos los males.
Hoy, es una ficción la “igualdad cuantitativa”. La uniformidad humana es antinatural, imposible. La desigualdad es un fundamento de la naturaleza, mas el cooperativista la rechaza porque, dada la misma, el fuerte explota al débil, o el inescrupuloso se enriquece a costa del honrado. Del mismo modo, la exigencia de “igualdad de oportunidades” ha caído en el descrédito, por cuanto los más dotados, vigorosos o de mayor intelectualidad obtienen ventajas y logran prerrogativas marginando a los demás. Ahora bien, es imperativo generar oportunidades eficaces: Igualdad cualitativa para “los demás”. Crear riqueza y distribuirla en función del trabajo y las necesidades, tal práctica cooperativa.
El “gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo” no existe. ¿Democracia, dónde estás? En ninguna parte. El ateniense Cleón, lloraría de impotencia. Desalentado, su célebre frase le parecería extraña. Lo que observaría en todos los países es “plutocracia”, o sea, el “gobierno del dinero, por el dinero, para el dinero”. Descubriría que el pueblo no vota por los más preparados, sino por los indoctos, ignorantes o rudos. Quienes, carentes de doctrina, talento y lectura, se autocalifican pragmáticos. Y cuando la embarran, piden perdón. Es la cultura del cinismo. ¿Hay excepciones? Seguramente.
El “comercio electoral” es una actividad lucrativa. Los que pagan más compran las mejores ubicaciones en cualquier lista de candidatos. Luego el negocio consiste en fundar agrupaciones políticas y evitar, por todos los medios, la fiscalización de sus estados financieros. De este modo complotan contra el pueblo. Aquí, por ejemplo, ¿Cuánto cuesta postular a una alcaldía? Mínimo, 25 mil dólares para el “dueño” o dirigentes del partido; después viene el gasto de campaña. En Estados Unidos una precandidatura desembolsa más de 30 millones de dólares. Esto es plutocracia o gobierno de ricos.
En el mundo cooperativo, en cambio, la democracia es substancial. Se reconoce la soberanía del socio; es la más alta autoridad en el momento de adoptar alguna decisión administrativa de gran responsabilidad. Se accede al desempeño de cualquier función con igualdad cualitativa: un socio, un voto. La democracia cooperativa es una realidad en las asambleas de socios (democracia directa) y en los consejos o comités administrativos (democracia representativa).
En todos los casos, en el instante de la votación, prescindir del capital aportado es una norma. Igualdad cualitativa sin limitaciones crematísticas.
Filosóficamente la democracia como “idea cooperativa es nada menos que la transposición al campo económico y social de un concepto muy general: un cierto concepto dualista”, afirma Bernard Lavergne. El dualismo interpreta, desde el punto de vista social, que en el mundo coexisten dos centros de decisiones: el individuo y la sociedad. El primero es manantial de conceptos, iniciativas, proyectos, organizaciones, proclama el individualismo; mientras que el gregarismo estima que es la sociedad la fuente de las mismas. Y, a falta de consenso, el enfrentamiento persiste varios siglos. El individualismo, motivado por el egoísmo, configura el hombre económico (mayor beneficio con el menor costo).
El cual, contemporáneo con el industrialismo del siglo XVIII, formula la teoría del laissez faire o liberalismo económico, individualista, desarrollado como pilar del sistema capitalista, cuyo modelo es la economía de mercado, siendo la empresa su unidad de producción. Por su lado, el gregarismo se encarna en el socialismo que representa “el conjunto de doctrinas y movimientos que se orientan a la transformación de la comunidad de individuos para realizar la justicia en las estructuras económicas, políticas y, sobre todo, sociales” (Isidro H. Cisneros). Esta propuesta se bifurca enseguida en socialismo científico o marxista y socialismo utópico.
Socialismo científico porque la teoría marxista, que lo explica, se sustenta en la economía, ciencia que maneja valores objetivos, cuantifica variables y demuestra con modelos matemáticos. Es determinista por cuanto asegura que el desarrollo capitalista tiene un indefectible final catastrófico, encausado por un proceso dialéctico de lucha de clases (tesis y antítesis). Cuando la historia le reservó un capítulo, fue su sistema económico el “colectivismo de estado” y su modelo, contrario al mercado, la planificación forzosa. El Estado decidía qué, cómo y para quién producir mediante la empresa estatal. Era el socialismo real que desconocía la microeconomía.
¿Por qué se motejó a las proposiciones de Henri de Saint-Simon, Charles Fourier, Robert Owen y otros de “socialismo utópico”? Porque concedieron “preeminencia a imponderables como la ingénita bondad del hombre, su fuerza moral y su anhelo de perfeccionamiento”. Y creyeron en el espíritu de solidaridad humana y en la voluntad de cooperación -opuestos al egoísmo- suficiente para consolidar la igualdad cualitativa. Tarea que se ha impuesto el cooperativismo mundial en más de 750 mil cooperativas. Así es.
Lima, febrero del 2007