La cooperación es más eficiente que la competencia

John F. Nash

Por ahí andan algunos que, durante la última dictadura, negaron créditos a las cooperativas, aplaudieron el cierre de los bancos cooperativos, aconsejaron tasas por debajo del interés bancario. Encomiaron al máximo apóstata en su política anticooperativista. Guiados por su perversión ideológica, ahora son fatalistas, gritan que la globalización es un hecho; porfían que sólo queda acomodarse, como se colocaron ellos durante el cooperativicidio de los años noventa. Conniventes de la dictadura, hasta asesoran en las cooperativas que resistieron el exterminio.

Refiriéndose a la economía, divulgan que el punto más alto del bienestar social se alcanza cuando el egoísmo de cada individuo (sin importarle el grupo) lo guía hacia su exclusivo beneficio. Todo es cuestión de perseguir el interés personal. Es decir, a mayor egoísmo (mano invisible) mayor bienestar social. Remedan: “Un individuo no intenta promover el interés público ni sabe que lo está promoviendo… Él pretende solamente su propia ganancia y es conducido por una mano invisible a promover un fin que no formaba parte de su intención” (Adam Smith en “La riqueza de las Naciones”, 1776). Ni la benevolencia ni la filantropía, sino el interés individual posibilita obtener nuestra comida, agrega el padre de la economía. Rinde pleitesía al individualismo egoísta.

La tesis del egoísmo o “inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del interés de los demás” (Diccionario de la Real Academia Española) es el cimiento de la Teoría Económica. La misma que se enseña en la totalidad de las universidades, antegrado y postgrado. Claro, la explican los libros de economía sin excepción; la difunden los órganos de información masiva; la repiten los profesores, conferencistas y consultores. La ganancia, originada en el egoísmo, es el motivo primordial de las empresas. La tasa de rentabilidad es el criterio vital en la evaluación de inversiones. El costo de oportunidad, que mueve a los agentes económicos, es puro egoísmo. Palancas del “capitalismo salvaje”.

¿Y si Adam Smith no tiene razón? ¿Si el egoísmo, el individualismo, la competencia y la ganancia (poderes de la economía oficial) conforman el instrumental menos eficaz para lograr la prosperidad general? Que no es el egoísmo, sino la solidaridad; que no es el individualismo, sino el gregarismo; que no es la competencia, sino la cooperación, los valores que posibilitan conseguir mejor bienestar para el grupo social. ¿Qué pasaría? Que la idea del individualismo como patrón del crecimiento, o la creencia de que la competencia es catalizador del progreso, desaparecerían. Y, por supuesto, se haría trizas la Teoría Económica. Mas la verdad se abre paso. Habrá cambio.

En el cooperativismo lo único constante es el cambio. Cuando los honrados se desentienden de sus cooperativas, los deshonestos las capturan. Quienes, con el argumento del manejo “empresarial”, lucran a favor de sus talegas; de sus intereses personales, como dispone el egoísmo. ¿El bienestar societario? No cuenta para ellos, menos la distribución de excedentes. Apenas se manifiesta la desconexión entre socios y dirigentes, éstos ya no administran, sino detentan la administración con mil artilugios. Brotan grupos de poder abusando de una gestión solapada. Ilegítima. Informal.

¿Y cómo se reparten la presa? Mediante depósitos bancarios, dietas, viajes, viáticos, o compra de inmuebles sin prioridad. Constituyen filiales, agencias o sucursales en zonas de otras cooperativas homólogas. La coartada siempre es la competencia, incluyendo avisaje en la radio-televisión. Al puro estilo del capitalismo voraz, la cooperativa grande se engulle a la chica. De paso acarrean recursos del sistema cooperativo al sistema lucrativo. Increíble. La administración según los principios cooperativos dicta otro modo: cooperación entre cooperativas, porque la cooperación es más eficiente que la competencia (modo del individualismo egoísta).

Es lo que demuestra la “Teoría de los Juegos” de John von Neumann y Oskar Morgenstern. Esta teoría explica el “comportamiento estratégico cuando dos o más individuos interactúan, y cada decisión personal resulta de lo que el individuo espera que los otros hagan; es decir, qué debemos esperar que suceda a partir de las interacciones entre individuos” (Sergio Monsalve en “John Nash y la teoría de los juegos”). Después de su aplicación en biología, ciencia política, diplomacia y estrategia militar, John F. Nash (premio Nobel de economía 1944) comprueba que, igualmente, es útil como modelo en la teoría económica.

Solo que, al exponer el economista su tesis, anota Walter Graciano en “Hitler ganó la guerra”: “El rector de la Universidad de Princeton, Nueva Jersey, mira azorado los desarrollos matemáticos, mediante los cuales, John F. Nash demuestra los errores de Adam Smith y declara que, con ello, más de dos siglos de teoría económica se desvanecían”. Lanzando al ostracismo a la competencia, al individualismo, lucro y mano invisible. ¿Qué revela la tesis doctoral de John F. Nash? Que la “competencia egoísta puede conducir a estados que son inferiores, en términos de beneficio personal y social, a los estados cooperativos” (Sergio Monsalve). Esto es, el sistema cooperativo genera superiores beneficios.

El cooperativista trabaja por su bienestar. Aceptado, pero sin menoscabar el bienestar de los otros. Sin “ley de la selva” espoleada por la competencia individualista. Se eleva, entonces, la autenticidad de los padres del cooperativismo. William King, Robert Owen, Charles Fourier y la experiencia victoriosa de los legendarios Pioneros de Rochdale. La ciencia les da la razón: la cooperación es más eficiente que la competencia. Así es.

Lima, junio del 2007