La verdad cooperativista

Las mentiras de tanto repetirlas parecen verdades. El capitalismo mediático nunca divulga ni comenta los éxitos del cooperativismo. Es enemigo de las organizaciones sociales, mucho más de las cooperativas, porque restan ganancias a las empresas lucrativas. Reitera, por ejemplo, que el cooperativismo peruano ha carecido de importancia. Lo cual es una descomunal falsedad que los desinformados repiten estólidamente.

En 1975 el capital del movimiento cooperativo sobrepasaba los diez mil millones de soles oro (sin inflación). El tamaño de las operaciones, de 2,300 cooperativas, superaba el monto de 50 mil millones. Un millón de socios vinculaban al cooperativismo con cuatro millones de peruanos (el 20% de la población). Hombres impregnados de solidaridad con recursos exentos de lucro.

Pero a medida que el cooperativismo crecía las maniobras contra el mismo se intensificaban ¿Por qué? Porque los cooperativistas hablaron fuerte. Le dijeron al gobierno militar que el cooperativismo era democrático, autónomo, libre. Independiente. La respuesta fue inmediata. Importaron un espantajo para detener el avance de la cooperación, la “empresa de propiedad social”. (Mas el cooperativismo siguió creciendo hasta representar a 4,587 cooperativas en julio 1992. Año de la “gobernabilidad” sin organizaciones sociales. Ni sindicatos ni cooperativas.)

El cooperativismo trabajó siempre con capital propio. Las cooperativas acumularon el ahorro de sus socios, el sacrificio de los cooperativistas. El prodigio de la cooperación extendió el crédito a los sectores más empobrecidos: allí, a donde no llega la banca privada. Las cooperativas de consumo, eliminando ganancias, acrecentaron la capacidad de compra o poder adquisitivo; las de vivienda construyeron, por administración propia, cómodas casas de interés social. Los mercados cooperativos posibilitaron comprar más. Entonces brotaba la esperanza. La ayuda mutua ya configuraba cultura.

Los embusteros berrean que el cooperativismo acostumbra extender la mano para recibir el subsidio. Falso. En ninguna parte el Estado tiene mejor colaborador que el cooperativismo. Desinteresadamente. Las cooperativas participaron en la construcción de caminos, puentes, calzadas y veredas. Plazas. Parques. Medios de comunicación. Las cooperativas de transporte prestaban servicios de pasajeros y de carga en todo el país. Los dos pinos rodaban en las carreteras afirmadas, que el transporte mercantilista desdeña.

Sin exigir “renta básica” (a propósito, ¿por qué se deben respetar contratos firmados por dictadores?) en las poblaciones nada atractivas para la inversión capitalista, las cooperativas tendieron redes telefónicas, montaron centrales eléctricas, instalaron radioemisoras. Naturalmente, postas médicas, farmacias o botiquines, consultorios odontológicos, donde el seguro social se desconocía. No se trata del “País del Nunca Jamás”. Era el Perú de la verdad cooperativista. Lo certifica quien ha gastado los zapatos caminando campos, ciudades y villorrios.

En las alturas y en las bajuras latía la idea de trabajar juntos. Los maestros eran los mejores propagadores de la alternativa cooperativa. Doctrinaron tanto en los centros escolares como en los institutos de formación técnica. Igualmente en los diversos programas educativos de las distintas cooperativas. Se cumplía cabalmente el principio de Educación Cooperativa, regla de oro del cooperativismo ¿Qué pasó? La banda obscura del espectro político peruano se apoderó del ministerio de educación. Y reforzaron al anticooperativismo.

En el manifiesto del movimiento cooperativo peruano (10 de noviembre de 1975) se lee que: ”las cooperativas de producción artesanal o industrial, han demostrado que el trabajo libremente asociado puede sustituir al trabajo alienado de dependencia patronal o estatal”. También resalta que el cooperativismo ofrece igualdad de oportunidades a los trabajadores. Sean estas laborales, tecnológicas, económicas o culturales. Ni patrones ni asalariados: socios-trabajadores. Copropietarios en el sistema cooperativo.

Donde hay una necesidad nada mejor que una cooperativa. Los peligros, daños, riesgos y siniestros eran asistidos oportunamente por dos cooperativas de seguros. La especulación es para los deudores una desventura. La banca cooperativa en cambio es socorro. Dos bancos cooperativos, alcancías de los pobres, acordaban préstamos con diversos fines. Los complejos agroindustriales o cooperativas azucareras merecen una mayor explicación. Otra columna. Hay que despejar la mente para que la palabra veraz se difunda.

Nunca las organizaciones cooperativas reclamaron privilegios. Seguras de su destino, solamente exigían dispositivos legales claros, participación en el desarrollo nacional y libertad de trabajo sin explotadores, burócratas, ni manipuladores. Autonomía en una economía social. Plural. El cooperativismo peruano se cuidó de atacar a las otras formas de unidades de producción, capitalistas o estatistas. No obstante, en esos sectores financiaron intensas campañas de descrédito con la finalidad de liquidarlo. Cuasi lo consiguieron decapitando su liderazgo.

Empero, esperar es el arte de renacer. Los cooperativistas, luego de confiar en un cambio político, creen que el actual régimen promulgará una nueva ley general de cooperativas. Así es.

Lima, noviembre del 2006