Socialismo y cooperativismo

No guardan afinidad el socialismo científico y el cooperativismo. Este sistema con el capitalismo de Estado, tampoco. Ni sus fuentes intelectuales tiene parentesco, ni sus teorías esenciales contienen similitudes. En cambio, el cooperativismo, de suerte diferente, comparte aspiraciones y principios con el socialismo utópico.

La primera revolución industrial aceleró la pobreza. Aquel prodigioso avance tecnológico (1780 a 1825) postergó el paraíso anhelado. Peor todavía, amplió la desigualdad, endureció el trabajo, despobló el campo, aumentó la desocupación, alarmó las jornadas y rebajó los salarios.

Robert Owen
Robert Owen

 En medio de la decepción brotaron, entonces, teorías igualitarias. Y a sus creadores “El Guardián de los Pobres”, un periódico británico -en 1833- los denominó “socialistas”, del latín socius o camarada. (Entre ellos se recuerda mejor a Robert Owen, inglés, y a los franceses Henri de Saint-Simon y Charles Fourier). Tiempo después, Carlos Marx los llamó “socialistas utópicos”, reservando para su propio pensamiento la calidad de “socialismo científico”.

El socialismo utópico, deseando reivindicar la igualdad, propone abolir la propiedad como surtidor de riqueza, redistribuir la renta y reestructurar la producción asignando los recursos a los trabajadores. Esto es, libre, voluntaria y pacíficamente, reorganizar la economía en función del trabajo.

Por su lado, el socialismo científico desarrolla ciertos instrumentos teóricos para analizar la evolución del capitalismo. El materialismo histórico, y el medio económico determina la historia; la teoría del valor, o los bienes valen por el trabajo que insumen; el criterio de la plusvalía, o trabajo no remunerado; la hipótesis sobre depresiones cargadas por exceso de producto; y la tesis del cataclismo social, o la acumulación del capital en pocas manos agudiza la desigualdad y desencadena la lucha de clases.

 Esta última tesis profetiza que la victoria del proletariado, después de cruenta revolución, posibilitará construir una sociedad sin clases. Empero, dice, antes de alcanzar el desiderátum se requiere la sumisión en una dictadura proletaria, la centralización del poder y la adopción de parámetros coercitivos.

El socialismo científico, en tanto doctrina, se muestra distante del cooperativismo. Este sostiene que la historia deriva del desarrollo cultural; el valor de los bienes lo da su precio justo; la plusvalía se origina en el mercado con los precios abusivos o lucro; y la lucha de clases no es atajo obligado hacia una sociedad justa, la cooperación en un camino más seguro.

Saint-Simon
Henri de Saint-Simon

En verdad, el socialismo científico quedó en boceto. Depurado o deformado, fue metamorfoseado en “capitalismo de Estado”. Sus líderes convirtieron el discurso de la igualdad, dignidad y justicia, en letanía. Y allí, donde pudieron, implantaron la dictadura burocrática, el monopolio político y el control represivo.

También el capitalismo de estado, como sistema, es la antípoda del cooperativismo, en cuyo seno se repudia la dictadura, se practica el pluralismo y se respeta el libre albedrío. El cooperativismo propugna nacionalizar la riqueza, pero recusa su estatificación; exige planificar sin suprimir la libertad; y acepta la propiedad privada, inclinándose por la tenencia grupal.

Eso sí, el socialismo utópico es una veta de inspiración cooperativista, sobre todo la voluntad de efectuar cambios sociales sin hipotecar la libertad ni recurrir a la violencia. De algún modo las actuales cooperativas integrales (agricultura, industria y comercio), son verdades que legitiman la propuesta utópica.

Mas el nacimiento del cooperativismo no lo refrendan las comunidades de productores, sino las tiendas de consumidores (Unión Shops) de William King, en 1827, y la “Sociedad de los Justos Pioneros de Rochdale”, en 1844.

Luego el cooperativismo, al contrario del socialismo, empezó en el consumo acariciando la esperanza de reorganizar la producción. Siendo así, por origen, espíritu y forma, el cooperativismo es un sistema distinto. Así es.

Lima, octubre 1989